Hay una historia
de una conversación simple entre dos personas que vivían en un pequeño pueblo
de pescadores cerca al mar. Cuando el hombre vino a casa a final del día, su
esposa le dijo, “El nuevo predicador vino aquí hoy, y el me preguntó que no
pude contestar”. “¿Qué fue lo que preguntó?” dijo el esposo. “El me preguntó”,
dijo ella, “¿Vive Jesucristo aquí?” “¿Y que le respondiste?” Insistió el
esposo. “No sabía que respuesta darle”, le respondió. “¿Bueno no pudiste
decirle que somos personas respetables?” le preguntó. “Pero el no me preguntó
eso”. “¿Bueno, por qué no le dijiste que iremos a la iglesia cuando nosotros
queramos?” Inquirió. “Pero tampoco me pregunto eso” replicó ella. “Podrías haberle
dicho que nosotros leemos la biblia algunas veces”, añadió él. “Pero él no me preguntó
eso”. Lo que él preguntó fue, “¿Vive Jesucristo aquí?”.
¿Qué responderías
si se te hiciera esta pregunta? Esta es una pregunta que debería ser puesta en
frente de todo hogar. Todo padre y toda madre deberían responder. ¿Qué diferencia
hace cuando Jesús está en nuestros hogares? No hay duda que las cualidades que
caracterizan a Jesucristo caracterizarán a los miembros de nuestros hogares. Si
es así:
Habrá
una profunda reverencia hacia Dios. Esta esta indicado a su cercanía a Dios, y
en su deseo de hacer siempre su voluntad. Jesús a menudo oro al Padre, y él
siempre le recordó a sus oyentes que él vino a hacer la voluntad del Padre (Jn 5:19,
30; 6:38; 8:29). Él buscaba honrar a Dios en todo lo que hizo (Jn 8:49-50).
Todos sus pensamientos, palabras y actos fueron motivados por este deseo de agradar
a Dios. Este tipo de reverencia para Dios debería caracterizar a los miembros de
nuestra familia cuando Jesús vive en nuestra casa.
Habrá
un énfasis en las cosas espirituales. Cuando Jesús vino a la casa de Marta y María.
El reprendió a Marta porque ella estaba “afanada y turbada por muchas cosas”
(Lc 10:41). El alabó a María porque ella había “elegido la mejor parte” (v.42).
Es muy fácil estar preocupado para las cosas ordinarias que involucran ganarse
la vida y mantener la casa. Estas son cosas que debemos hacer, pero cuando
nuestro quehacer nos lleva a ser negligentes con las “cosas necesarias”, esta
es una señal segura que Jesús no vive en nuestra casa. Juan Jesús vive en
nuestra casa, nosotros “escucharemos la palabra del Señor, sentados a sus pies”
(v.39). Los padres verán que los miembros de la familia le dan prioridad, enseñándoles
con el ejemplo y con la palabra del Señor, que algunas cosas debes ser puestas
a un lado momentáneamente (como los eventos deportivos, un viaje, ver la T.V.,
un carro nuevo), a fin de que haya tiempo y dinero para las “cosas necesarias”
(como la adoración publica y privada, la visitación, la enseñanza a otros, y
ser alguien que ofrenda su dinero con alegría y liberalidad).
Habrá
amor y paz. Jesús fue un hombre que amaba a la gente (Jn 11:36; 13:23), incluso
a todo el mundo (Ro 5:7-8). Como el “príncipe de paz” Él vino a traer paz (Lc
2:14), y también trajo división. Algunos hogares se dividen porque alguien en
la familia se hace cristiano, tal como Jesús dijo, este sería el resultado
inevitable de su enseñanza (Mt 10:34-39). Pero aun en el caso donde hay división
de este tipo, aun puede ser posible que prevalezca una razonable cuota de
armonía, y ciertamente siempre debemos amar.
Pedro da instrucciones específicas a las mujeres que están casadas con
esposos incrédulos, diciéndoles como deben ellas vivir con ellos (I Pe 3:1-6).
Él muestra que al ser sumisas y vivir vidas ejemplares delante de ellos, tendrán
esperanza de ganarlos para Cristo.Aunque, “Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no
está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a
paz nos llamó Dios.” (I Co 7:15). Amor, junto con “las coas que hacemos para fomentar la paz” (Ro 14:19),
les darán fortaleza y estabilidad a nuestros hogares. No hay lugar para todo el
desorden, los dimes y diretes, las quejas y peleas que encontramos en muchas
casas; incluso donde los miembros de la familia claman ser cristianas. Ninguna
casa debe caracterizarse por este tipo de confusión si Jesucristo está viviendo
allí.
Habrá
disciplina. Cristo vivió una vida disciplinada. Cuando el vive en nuestras
casas, habrá padres y madres disciplinadas. Por esto quiero decir que habrá
padres quienes cumplan con su rol como padres, y madres quienes cumplen con sus
responsabilidades de madres. Esto requiere disciplina, o vivir con ciertas guías
y limites prescritos por las escrituras. Habrá padres que proveen para lo
físico (I Ti 5:7) y espiritual (Ef 6:4), necesidades de la familia, y madres
quienes “gobiernan la casa” (I Tim 5:14) y son “cuidadosas de su casa” (Tit
2:5). Esto requiere auto disciplina y un deseo de ser fiel en estos roles como
cristianos. Uno debería tener también un deseo fuerte de ser exitoso en la
crianza de sus hijos.
- También habrá hijos disciplinados en la casa donde Cristo vive. Esto requiere reglas razonables establecidas por los padres. Los padres no deben esperar que sus hijos se auto disciplinen al punto de no necesitar disciplina de ellos mismos. Es por la disciplina recibida de sus padres que los hijos aprenden a disciplinarse a sí mismos a medida que ellos crecen. Los limites deben ser claramente entendidos, y debe haber consecuencias disciplinarias que se aplicarán cuando los limites no sean respetados. La “vara” no debe ser evitada cuando la autoridad de los padres es desafiada. “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; más el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Pr 13:24).
- Otras consecuencias deben ser usadas cuando la ofensa es severa. Si no se practica la disciplina en los años mas tempranos, no será exitosa si esta es ejercitada cuando los hijos son mas viejos. Cuando los jóvenes no obedecen a sus padres, los padres deben preguntarse, “¿Dónde fue que hice mal?” La respuesta probablemente estará en el hecho de que el padre empezó muy tarde a practicar la disciplina. La clave para el éxito es iniciar temprano, y ser consistente.
¿Está viviendo Jesucristo en tu casa?
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